Por Lizbeth Pérez A.
Gerencia Maquita Productos
En este mundo, donde cada día más las economías locales canalizan mayores esfuerzos para ser globalizadas, la interdependencia entre producción, consumo y comercio se vuelve un punto crítico en la reflexión, ya que, detrás de cada eslabón de la cadena comercial, nos encontramos nosotras/os, como trabajadoras/es, como productoras/es o como consumidoras/es, y también nuestro planeta en cuanto proveedor de recursos.
Por ello, cuando vamos a adquirir un producto es conveniente y ético reflexionar sobre ¿quién lo hizo?, ¿cómo fue realizado? y ¿en qué condiciones? Estas interrogantes son claves, ya que, detrás de cada respuesta que demos, se encuentra nuestra vida, la de nuestro planeta y la de muchas personas alrededor del mundo. Entonces, en este mercado global, ¿qué opciones tenemos? La respuesta es sencilla: la única opción viable, ambiental y socialmente hablando, es la Economía Social y Solidaria, junto con el Comercio Justo.
En el Comercio Justo, los productos nunca vienen solos, porque los acompaña la historia que traen consigo; este es el camino que podemos elegir, con el objetivo de acceder a productos que fueron producidos dentro de una cadena de valor comercial solidaria.
La cadena de valor se refiere a cada una de las etapas comprendidas en la producción, elaboración, distribución y comercialización de un bien o servicio hasta su consumo final. Cada una de estas etapas es interdependiente, ya que dependen unas de otras, es decir, no se puede lograr el objetivo final sin garantizar el cumplimiento de cada eslabón. La cadena de valor solidaria, a diferencia de la cadena de valor comercial convencional, se caracteriza por ser un puente directo entre el productor, el distribuidor y el consumidor.
En este contexto, la cadena de valor solidaria parte de la economía popular y solidaria, continúa con una comercialización justa y termina con un consumo responsable. De esta manera, cada eslabón es interdependiente y no puede ser alcanzado sin el cumplimiento de cada etapa; en otras palabras, no puede existir consumo responsable sin comercio justo y no se logra una comercialización justa sin las bases de una economía popular y solidaria.
Cada etapa de la cadena comercial solidaria crea valor, entendido éste como el mecanismo mediante el cual un producto o un bien reciben características diferenciadoras para el mercado. Esta creación de valor inicia bajo los parámetros de la economía social y solidaria, que garantiza que las relaciones económicas estén al servicio de las personas, de la justicia social, de la solidaridad y del respeto al planeta. Continúa con el comercio justo, mediante una relación de intercambio comercial basada en la transparencia, el respeto y la equidad, con el principal objetivo de mejorar las condiciones de vida de productoras/es y trabajadoras/es. Y termina con el consumo responsable, donde las personas encuentran productos con valores diferenciadores, ya que tienen garantías de calidad, sociales y ambientales. Es en este último eslabón donde la elección de cada persona puede contribuir a visibilizar el poder transformador que tienen las elecciones individuales.
El mercado global y las relaciones económicas capitalistas crean interdependencia bajo una estructura de comercio a gran escala que hace que parezca imposible pensar en alternativas; sin embargo, desde las organizaciones de Comercio Justo, desde lo colectivo y desde lo individual, siempre existen opciones; y esas opciones deben ser visibilizadas dentro del mercado para garantizar que la historia detrás del producto llegue a ser global.
“Comienza haciendo lo que es necesario, después lo que es posible
y, de repente, estarás haciendo lo imposible”,
San Francisco de Asís